miércoles, 8 de noviembre de 2017

Capitulo 1 Infancia


Joaquín seguía en la cama bien tapado debajo de las mantas; eran ya las seis de la mañana y hacía un frío helador. Ese invierno estaba siendo más frío de lo habitual y había nevado esa misma semana en su ciudad, Torrelavega, que donde no era muy frecuente ver la nieve. Además, estaba totalmente oscuro, faltaba aún tiempo para que amaneciese. No apetecía mucho levantarse así, que se dio media vuelta para seguir durmiendo un rato más. Su mujer, Benicia, descansaba a su lado aunque no había parado de moverse en toda la noche. Estaba ya en su último mes de embarazo, le quedaban dos semanas para que naciese. Iban a tener su tercer hijo, aún no sabían si sería una niña o un niño, pero lo que sí sabían es que iba a ser muy grande por el gran tamaño de la barriga de su madre. Habían decidido llamarlo Carlos, si era niño, y Ángela, si era niña. Ya había dos niños en la familia, Joaquín y Manuel, así que su padre deseaba que por fin llegase una niña a la familia que ayudara a su madre en la faenas del hogar y les cuidase cuando fuesen mayores.
Benicia, con su enorme tripa, no podía descansar, su barriga estaba tan estirada que parecía que podía reventar en cualquier momento. No entendía, a pesar de ser su tercer embarazo, cómo era posible que la piel pudiera ceder hasta tal punto. Además, la criatura que había en su interior parecía que estuviese incómoda ahí dentro y que no encontrase postura. No paraba de moverse, no se sabía si aquello eran patadas o puñetazos, pero debía tener mucha fuerza porque no paraba quieto. De vez en cuando se podían distinguir a la perfección sus pies a través de la piel de la madre. A su padre le encantaba ver la barriga en esos momentos. Aún no había nacido y ya estaba orgulloso de la fuerza que tenía la criatura. No cabía duda de que iba a ser un Montes de pies a cabeza.
A las seis y media, ya no podía seguir en la cama. Tenía que levantarse para ir a trabajar. Joaquín era un buen trabajador en la mina de Reocín. Su trabajo era rutinario pero le permitía mantener a su familia. Era carrilero y se encargaba del transporte del mineral. Como buen empleado, siempre presumía de trabajar en el mayor yacimiento de zinc de Europa. Además, la empresa que explotaba la mina, Asturiana de Minas, era de capital belga y trataba bien a sus trabajadores. El resto de los vecinos de Torrelavega les miraban con envidia, aunque, para ser sinceros, el sueldo era bastante escaso, porque sólo le pagaban once reales a la semana, lo que apenas le daba para mantener a la familia. Joaquín era bastante curioso y el hecho de trabajar en la mina le había hecho adquirir interés por los minerales. Así que la blenda, la galena, la pirita y cualquier otro mineral que de la mina saliese le llamaban muchísimo la atención. Se hizo coleccionista de minerales y a lo largo de su vida consiguió hacer una colección con más de doscientos ejemplares. Los tenía muy bien clasificados y ordenados en cajas con su nombre, su procedencia y la fecha en la que lo había recogido. No sé cómo esta colección acabó en manos de mi padre, el día que me la enseñó me pareció alucinante. Algún día, seguiré añadiendo ejemplares, a lo mejor algún día llega a ser una de las mejores colecciones del mundo. Bueno, la verdad es que para mí ya lo es.
Pero no nos podemos ir por las ramas, en lo que nos interesa centrarnos es en el nacimiento de mi bisabuelo. Joaquín iba hacia el trabajo ese día como cualquier otro día. Sin embargo cuando salía por el portal de su casa oyó un grito desde la ventana: - Joaaaaquííín……. Menudo susto se llevó, era su mujer la que gritaba. Él esperaba que su mujer se pusiera de parto por la noche, como todas las mujeres del mundo, pero no a primera hora de la mañana. Menudo madrugador el bebé, no podía esperar a salir. Volvió a subir a toda carrera las escaleras y, cuando entró a casa, vio que su mujer había roto aguas. Se quedó totalmente bloqueado; a pesar de no ser novato, no tenía ni idea de cómo actuar. Las dos veces anteriores había estado su suegra en casa y era la que había organizado todo, así que hasta que su mujer no le dio un chillido, no volvió a ser consciente de lo que ocurría. Benicia, muerta de dolor, fue la que reaccionó y tuvo que hacerse cargo de la situación: “Joaquín, espabila levanta a los niños de la cama y bájalos donde la vecina”. Sin poder pensar nada más, fue a la habitación de los niños y, tal y como estaban, los bajó a casa de su vecina. Volvió de nuevo a casa y a recibir la siguiente orden: ir a buscar a la matrona, que por suerte no estaba lejos. Una vez que consiguió llevar a la matrona a casa, no pudo relajarse, pero se quedó en un segundo plano. Mientras esperaba, los nervios le consumían y oyó por la ventana a gente cantando. se asomó y se dio cuenta de que eran los marceros; eso significaba que ya estaba cerca la primavera. Las canciones le distrajeron un rato y mientras se oía: “Ha llegado marzo, bienvenido sea...”, llegó también un llanto tremendo. Fue corriendo a la habitación en la que estaba Benicia, era un niño. Así es como el 3 de marzo de 1901 Carlos llegó al mundo como cualquier otro niño de la época y acompañado de música. Cuando Carlos fue mayor, le encantaba contar esta historia a sus hijos y nietos; su madre se lo había contado multitud de veces y disfrutaba volviéndola a contar él.
Carlos creció en Torrelavega, por aquella época ya se había convertido en el núcleo industrial de la comarca del Besaya. Y desde 1895 tenía el título de ciudad que se lo había concedido María Cristina de Habsburgo-Lorena, que ejerció de regente de España durante la minoría de edad de su hijo el rey Alfonso XIII. Era una ciudad próspera y, aunque no había para muchos caprichos la comida no escaseaba. Carlos jugaba mucho con sus hermanos mayores que cuidaban de él mientras su madre se encargaba del trabajo de casa.
Era un niño inquieto, delgaducho y no muy alto. Tenía unos ojos azules que llamaban la atención, una boca pequeña y una nariz chata. Estaba siempre jugando en la calle con los vecinos y desde pequeño tuvo un buen carácter, con ganas de agradar siempre a todo el mundo. Especialmente a su madre, a la que quería muchísimo. Todos los días Benicia le encargaba por la mañana que fuera a llevar la comida a su padre. Llevaba una cesta de mimbre con la comida dentro, unos días bocadillo, otro día empanada, pero lo que más le gustaba a su padre era el bacalao rebozado. Le llevaba bastante tiempo llegar a la mina, por lo menos tres cuartos de hora de ida y otro tanto de vuelta. Iba en alpargatas, que en algunos momentos se quitaba para no desgastarlas y que le durasen más. Siempre encontraba gente conocida por el camino que se paraba a hablar con él. Le encantaba estar de cháchara con todos y a la gente le caía simpático un chaval tan hablador. Se hizo muchos amigos desde pequeño. Un día, de camino al trabajo de su padre, se le ocurrió la gran idea de girar el brazo todo lo largo que era con la cesta en la mano y así entre vuelta y vuelta en una de ellas tuvo la mala suerte de que todo el contenido de la cesta fue al suelo con toda la comida que llevaba dentro. El pan salió despedido y su contenido acabó en todo el barro del camino, aquello fue un desastre. No sabía si tenía que volver a casa o seguir adelante y contárselo a su padre. Se le escapaban las lágrimas porque sabía que la había liado y le iba caer una buena bronca de su madre. Además ese día su padre se iba a quedar sin comida. Menuda había liado. Cuando uno de sus amigos del camino vio que lloraba y que no iba contento como de costumbre, le preguntó qué le ocurría. Carlos le contó entre sollozo y sollozo que había tirado la comida de su padre y que ahora su padre se iba a quedar sin comer por su culpa. Y su madre cuando se enterase le iba a reñir y probablemente a castigar. Al señor le dio mucha pena de Carlos y le dijo que no podía estar tan triste por eso. Le acompañó hasta la tienda de comida más próxima y compraron pan y jamón, para hacer un bocadillo, y algo de fruta. Lo metieron todo en la cesta para que pudiera llevárselo a su padre y así lo hizo. Además de aprender que debía tener más cuidado con la comida de su padre, también aprendió lo importante que es tener amigos en todas partes, porque no sabes cuándo vas a poder necesitar su ayuda.

18 comentarios:

  1. Un buen comienzo y bien desarrollado. La historia parece interesante.

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  2. Me ha gustado mucho y es muy interesante. Está muy bien escrita.

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  3. Bien escrito. Lo único que para mi gusto le falta son espacios. Algún punto y aparte. Por lo demás está muy bien.

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  4. Muy bien, me ha gustado mucho como lo desarrollas y como cuentas la vida de tu bisabuelo de niño. Y también me ha parecido muy bonito el final.

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  5. La historia es muy entretenida , y si dijeses , bueno , quien era mejor .
    Y creo que si lo escribieses más largo sería mejor , esta , se me ha hecho un poco corto .

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  6. Muy buen desarrollo de la historia, enhorabuena, tengo ganas de leer el siguiente capítulo.

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  7. esta muy bien escrito y me ha gustado mucho, seguiré tus siguientes capítulos con mucha atencion

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  8. Esta perfecto pero solo pon más espacios entre algún párrafo.

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  9. ¡perfecto! Aunque creo que el pobre narrador debería respirar un poco xD con esto quiero decir que uses más puntos y aparte uwu

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  10. una historia entretenida. un comienzo y un final excelentes, pero con muy pocos puntos y aparte

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  11. Esta muy bien. Deberías separar algunas partes de otras con puntos y aparte, pero me ha parecido muy entretenido. Buen trabajo

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  12. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  13. Me encanta, muy buen trabajo. Estoy deseando leer el siguiente.

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  14. Muy entretenida, se podría hacer más fácil de leer si pusieses más espacio entre párrafos.

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  15. Muy buena historia, bien redactada y fácil de leer. Si tuviese que decirte algo sería que hicieses los párrafos más cortos y separados entre si

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  16. los párrafos están muy juntos, pero es muy fácil de leer y me ha encantado.

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