lunes, 22 de enero de 2018

CAPITULO 4 JUVENTUD III

CAPITULO 4


JUVENTUD III




Era Junio y estaba a punto de empezar el verano. Carlos estaba muy ilusionado con la banda ROMO (ROdríguez y MOntes) que había formado con su amigo Rodríguez Hevia. Se llevaban muy bien entre ellos y quedaban todos los fines de semana para ensayar y aprender canciones nuevas. Ya habían dado algún concierto en los pueblos cercanos durante las fiestas de San José y en las de San Antonio. La gente les había aplaudido mucho y les empezaban a conocer en la zona.  Habían conseguido que les contratasen para dar muchos conciertos ese verano, así que estaban ansiosos por que comenzase la temporada. El primero de los conciertos de la temporada iba a ser en Asturias, en la zona de Llanes, en un pueblo que se llama San Roque del Acebal.

Ese día Carlos había quedado con los componentes de la banda ROMO en la estación muy temprano para coger el primer tren hacia San Roque. El viaje desde Torrelavega era muy largo; el tren tardaba unas cuatro horas en hacer el trayecto, y paraba en todas las estaciones que había por el camino.

San Roque es un pueblo pegado a la montaña, pero la Villa, que es como llaman a Llanes en la zona, está a cinco kilómetros. En San Roque se celebra el 24 de Junio la fiesta de la Sacramental y todas las mujeres del pueblo se visten con el traje tradicional asturiano de “aldeana” y todos los mozos con sus trajes de “porruanu”.

También en casa de Benedicta Campollo Somohano en San Roque del Acebal se habían levantado todos muy temprano ese día. Había que hacer todas las labores de la casa antes de empezar a prepararse para la fiesta que llevaban todo el año esperando. Benedicta tenía dos hermanas jóvenes, como ella, y las tres querían vestirse a la vez, así que andaba toda la casa revuelta y los nervios se sentían en el ambiente. Se ayudaban entre ellas para vestirse. Colocarse el traje es todo un ritual que lleva mucho tiempo y que las madres enseñan a sus hijas desde pequeñas. Se tienen que colocar la saya solitaria, el corpiño y, lo más importante, el pañuelo, que lleva mucho tiempo colocarlo. Así que entre: - Átame el corpiño, -¿Dónde están mis horquillas?, - Dame más alfileres, - ¿Quién me pone el pañuelo?....su madre Ángela, las tranquilizaba: - Ye pronto no hay prisa.

Tenían que estar preparadas para la misa solemne que había a las doce del mediodía. Luego era la procesión y la subasta del “Ramu” que llevan en sus hombros los “mozus” vestidos de porruanos. Una de las cosas que más las gustaba era hacer bailar sus pandereteas mientras cantaban. Y disfrutaban un montón con el famoso baile del Pericote.

Ese día a Bene, como todo el mundo la conoce en el pueblo, le tocaba ayudar a servir la mesa del cura con el resto de las jóvenes del pueblo. En la mesa también se sentaban el maestro, el alcalde, invitados y los músicos. Como estaba acostumbrada a hacer en otras ocasiones, colocaba los platos, cubiertos, pan… Sin embargo, se estaba empezando a sentir incómoda porque uno de los músicos no paraba de piropearla. Así que les dijo a sus amigas que por favor se hicieran cargo de servir la mesa mientras ella se ocupaba de otras tareas.

Los dos contaron el resto de sus vidas que aquello había sido un flechazo de película. Desde el momento en que Bene salió a servir la mesa se fijó en Carlos que estaba sentado con sus amigos a la mesa y que era muy hablador, simpático y dicharachero. Mientras que Carlos, por su parte, una vez que vio a Bene con su melena negra y su sonrisa embaucadora ya no pudo quitar la mirada de ella.
Así es cómo se conocieron mis bisabuelos. Carlos tuvo que coger desde entonces muchos trenes para poder volver a San Roque a ver a mi bisabuela. El tren seguía tardando muchas horas en llegar allí desde Torrelavega y el tren de vuelta que venía desde Oviedo pasaba pronto. Así que eran pocas horas las que les quedaban para estar juntos.

A Carlos, que tenía buen humor, también le gustaba el trayecto en tren que solía ser toda una experiencia. En aquel tiempo siempre había alguien en el tren que invitaba a compartir la comida que llevaba y también había un señor que vendía números para una rifa. Al llegar a Cabezón de la Sal, el tren paraba un buen rato y por el andén pasaban vendedores ambulantes que gritaban lo que vendía cada uno: - ¡Plátanos, avellanas, cacahuetes….!

Cuando llegaba el tren a San Roque siempre había mucha gente en la estación, porque era típico en el pueblo acercarse hasta allí para ver pasar los trenes. Sin embargo, Bene nunca bajaba al tren a recibir a Carlos. Siempre era Carlos el que se acercaba hasta su casa.
Los hermanos de Bene trabajaban en el campo y tenían ganado. La vida en el campo era dura y había que trabajar mucho. La electricidad había llegado al pueblo prácticamente al mismo tiempo que ellos; nacieron en 1900, que es cuando se inauguró la Central Eléctrica de Purón. Pero la maquinaria que se utilizaba en el campo era muy rudimentaria y no tenían las máquinas ni los tractores que existen hoy en día.

Todos los días había que ordeñar a las vacas y meter la leche en unas grandes perolas que se colocaban en las puertas de las casas y que pasaba a recoger el camión.

Una vez acabada la faena por la tarde, los hombres solían ir a jugar a las cartas a la tienda de Telesforo. Era una tienda grande y bien surtida para esos tiempos. Entrar en la tienda era un espectáculo; cerca de la puerta estaban colgados los aperos de labranza: guadañas, rastrillos, azadas, campanos…; encima del mostrador estaban colgados los chorizos, morcillas, jamones…; las legumbres, la harina y el azúcar estaban metidos en sacos cerca de una báscula. En otro rincón de la tienda estaban las madreñas y las zapatillas. Y no faltaban el tabaco y los caramelos en una esquina de la tienda cerca de las botellas de coñac y de anís. A partir de la primavera cuando el tiempo lo permitía se sacaban algunas mesas y sillas fuera, a la calle y la gente se acercaba a la bolera para echar unos bolos.

Uno de los hermanos de Bene, cansado de la vida en el campo y con la esperanza de conseguir una mejor vida se fue a navegar con la Marina Americana. No pudo volver mucho por el pueblo hasta que se jubiló, pero cada vez que hacía una visita traía los chicles que mi abuela siempre recordaba y también contaba que a todos les hacían mucha ilusión unas medias de nylon que traía.


El noviazgo de mis bisabuelos no fue muy largo, y también mi bisabuela Bene no tardó en dejar su pueblo para casarse con Carlos e irse a vivir a Torrelavega. Nunca dejó de ser asturiana y volvía a su pueblo siempre que podía para estar con su familia. Por supuesto, que siempre solía ir el día de la fiesta de San Roque a vestirse de “aldeana” y también iba a las fiestas de la Guía de Llanes. Me acuerdo de que el día que mi bisabuela celebró su 100 cumpleaños fueron unos gaiteros asturianos para felicitarla y tocar la gaita. 

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Alfonso X el Sabio

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