CAPITULO 3
JUVENTUD II
Era una mañana como otra cualquiera para la mayoría de la
gente. Sin embargo para Carlos era el día que desde hacía meses no tenía
ninguna gana de que llegase. Llevaba angustiado mucho tiempo sabiendo que no
había remedio y que a no ser que ocurriese un desastre natural, como un
terremoto, nadie le iba a salvar de tener que cumplir con la “mili”. Se
encontraba sentado en la estación de FEVE de Torrelavega y lo que menos le
apetecía era que llegara el tren. Era su primer día en el servicio militar y
tenía mucha inseguridad. No sabía lo que le pudiera suceder en los próximos
meses ni lo que se iba a esperar de él durante ese tiempo. No le hacía ninguna
gracia tener que cumplir con esta obligación. Así que ahí estaba, en la
estación, esperando al tren que le iba a llevar a Santander. No iba a poder ver
a su familia hasta que aquello finalizase. Pero prefería no pensar en ello.
Cuando llegó a Santander, tuvo que dirigirse al regimiento
donde le indicarían que debía hacer. Así que eso es lo que hizo: se puso en
marcha y, tras andar durante por lo menos una hora, se plantó en las oficinas a
preguntar por su destino. Lo que sucedió fue que se encontró con gente normal y
agradable y lo que pensó que iba a ser una tortura, resultó no ser tan malo.
Hizo muchos amigos y disfrutó de su vida en Santander, que era una ciudad con
más ambiente que Torrelavega. Aprendió a desenvolverse por la ciudad y tuvo
tiempo de hasta dar algún que otro paseo. Además, para él era un lujo poder
disfrutar de la playa los días de sol.
Una vez hubo acabado el servicio militar le costó casi lo
mismo volver a Torrelavega que lo que le había costado irse de allí. Poder
tener a su familia cerca era para él muy importante; sin embargo, dejaba en
Santander a muchos y muy buenos amigos de juventud con los que había compartido
muchas aventuras.
Una tarde, cuando iba hacia su casa por Cuatro Caminos, vio
un letrero en una panadería en el que anunciaban la creación de una banda
municipal de música en Torrelavega. No volvió a darle más importancia hasta que
una semana más tarde uno de sus amigos de la infancia le dijo que había
decidido unirse a la banda. Carlos tenía una gran afición por la música y lo
que le contó su amigo le dio mucha envidia. Pero para él no sería sencillo
entrar en ella. Su amigo había ido al conservatorio y tenía estudios musicales,
pero él nunca había estudiado para tocar. Tenía buen oído y le encantaba
practicar con la guitarra, el piano, la gaita… Perdía muchas horas sacando de
oído todas las canciones que le gustaban. Pero de ahí a que le fuesen a coger
en la banda le parecía un paso imposible. Sin embargo, la idea no le dejaba de
rondar la cabeza y durante las siguientes semanas practicó más que de
costumbre. Se estaba entusiasmado con la idea de ir a la prueba que hacían para
que te admitiesen en la banda pero tampoco quería hacerse ilusiones porque le
parecía un sueño imposible. Su madre, que le veía un poco cabizbajo, no hacía
más que preguntarle qué le pasaba, así que un día le contó que sabía que iban a
fundar una banda en Torrelavega de la que le gustaría formar parte pero que lo
veía como un sueño imposible porque él nunca había estudiado música. Su madre,
como todas las madres del mundo, no podía ver así de triste a su hijo, así que
le animó y le dijo que el “NO” ya lo tenía y que por probar a presentarse no
perdía nada. Así que es lo que hizo. Tuvo que pensar en qué música iba a tocar
y con qué instrumento iba a pasar la prueba. No tenía que tocar durante mucho
tiempo, pero por eso tenía que elegir algo original y que le gustase a los
jueces que debían decidir. La verdad es que la elección no fue difícil; decidió
tocar “Asturias patria querida” y algunas otras piezas cortas y conocidas que
había oído tocar a otras bandas y que a la gente le gustaban mucho. Y así fue
como Carlos, aunque nunca había estudiado para tocar, con su buen oído y su
experiencia con los instrumentos musicales se las apañó para meterse como
trombón primero en la banda de Torrelavega que se fundó en 1912.
Básicamente, a lo que se dedicaba la banda era a acudir a
inauguraciones, bodas, bautizos, festivales, y a despedir a los barcos que
zarpaban para pescar o para comprar cereales y fruta. De todos los actos a los
que iban, a Carlos el que menos le gustaba era despedir barcos, ya que salían
con mucha frecuencia y la música que solían tocar era muy repetitiva. Sin
embargo, le encantaba acudir a las fiestas en las que siempre había mucha gente
contenta y con ganas de fiesta. Estas eran mucho más entretenidas y la música
era más variada y cada año preparaban canciones diferentes.
Gracias a formar parte de la banda no tuvo que formar parte
de la leva de soldados que, como él decía, marchó a luchar contra “el moro” y
se salvó del desastre de Annual. Él siempre dijo que había tenido mucha suerte.
Durante
todo este tiempo desde que volvió de la mili, conservó el trabajo en la ebanistería y durante muchos años lo
compaginó con sus actuaciones en la banda. Desde que empezó de niño barriendo
el local, la ebanistería se convirtió en su segunda casa y en su auténtica
escuela. Acabó siendo un profesional y sabía construir todo tipo de muebles,
era un “manitas” y a la gente le gustaba mucho la calidad de las piezas que
fabricaba. No solo era hacer mesas o sillas, sino también estudiar
detenidamente su diseño. Cada mueble que fabricaba era una obra de arte. Sin
embargo, no pudo evitar que, como consecuencia de una huelga, despidieran a
todos los trabajadores de la ebanistería, lo cual le dio mucha rabia, ya que
ese oficio le encantaba. Fue una época dura, porque tanto él como sus
compañeros se quedaron sin trabajo y no era fácil encontrar otro en esa época. Estuvo
unos cuantos meses pensando qué podía hacer, ya que el sueldo de la banda
municipal no le era suficiente. A menudo quedaba con sus antiguos compañeros de
trabajo para compartir sus tristes historias y fue uno de esos días cuando
decidieron que tenían que arriesgarse y montar entre todos una nueva
ebanistería. Se encontraron con algunos problemas económicos, pero el proyecto
les hacía mucha ilusión y tenían la certeza de que si trabajaban duro les iba a
salir bien. Con esa esperanza, Carlos tuvo que ir donde su madre Benicia a pedirle
un pequeño préstamo de quinientas pesetas y ese fue el dinero que invirtió para
que su gran sueño saliese adelante.
Hacían unos preciosos muebles de haya, a los que Carlos,
junto a sus compañeros, dedicaba mucho esfuerzo, pero siempre con su merecida
recompensa. Pese a su creciente fama y la indudable calidad de los muebles,
Carlos sentía que cada vez sus dos amigos se cansaban de hacer muebles y se lo
dejaban de tomar tan enserio como deberían. Por este y otros motivos, la
sociedad se disolvió alrededor de 1925. No podía perder aquel trabajo, ya que
era para él lo mejor que tenía y lo que mejor sabía hacer, así que, con el poco
dinero que había conseguido ahorrar, decidió alquilar un taller él solo. Pero al no poderse permitir el alquiler del taller
en el que estaba hasta entonces, lo trasladó a la calle Argumosa, que estaba a
las afueras de Torrelavega. Para ser sinceros, el local tenía un aspecto
bastante deplorable; de hecho meses atrás el periódico de Torrelavega comentó
el mal estado de esa calle con un artículo titulado “¿Dónde se hace en este
pueblo… aquello?”. Es curioso que a Carlos le encantaba contar esta anécdota a
pesar de que la noticia criticaba el estado de la calle en la que trabajó.
Mirar hacia atrás y ver de dónde venía y adónde había llegado con su esfuerzo y
con su trabajo es lógico que le hiciera sentirse recompensado por todo el
esfuerzo.
Aunque el trabajo le encantaba, no le gustaba nada la
obligación de tenerse que levantar muy temprano todos los días para trabajar
muy duro y sin ninguna compañía. Trabajó de forma constante desde que amanecía
todos los días del año salvo el Jeves Santo, Navidad y Año Nuevo. Así que las
veces que salía con la banda eran para él una distracción. A pesar de ser su
segunda fuente de ingresos, también eran momentos de diversión y de ocio que
aprovechaba para divertirse y pasárselo bien.
Todo el esfuerzo se vio poco a poco recompensado: la
ebanistería le fue bien y tuvo que contratar a más personal para poder sacar
adelante todos los encargos que les llegaban. Se había hecho con cierto
renombre en Torrelavega y todo le mundo sabía que sus muebles eran de buena
calidad. Además, formaba parte de la banda municipal y se unió también a la
coral como tenor destacado.
Un día, su amigo Rodríguez Hevia le comentó la posibilidad
de formar ellos dos una pequeña orquesta y qué más quería oír Carlos. Como buen emprendedor, enseguida se ilusionó
con la idea hasta que tomó forma. A pesar de que se le daba fatal lo de poner
nombres, el nombre de esta orquesta lo decidieron con facilidad uniendo las dos
primeras iniciales del apellido de cada uno. Esta forma de hacer nombres le
fascinó, ya que durante toda su vida había creado nombres de los que al poco
tiempo se acababa arrepintiendo