lunes, 22 de enero de 2018

CAPITULO 3 JUVENTUD II

CAPITULO 3

JUVENTUD II

            Era una mañana como otra cualquiera para la mayoría de la gente. Sin embargo para Carlos era el día que desde hacía meses no tenía ninguna gana de que llegase. Llevaba angustiado mucho tiempo sabiendo que no había remedio y que a no ser que ocurriese un desastre natural, como un terremoto, nadie le iba a salvar de tener que cumplir con la “mili”. Se encontraba sentado en la estación de FEVE de Torrelavega y lo que menos le apetecía era que llegara el tren. Era su primer día en el servicio militar y tenía mucha inseguridad. No sabía lo que le pudiera suceder en los próximos meses ni lo que se iba a esperar de él durante ese tiempo. No le hacía ninguna gracia tener que cumplir con esta obligación. Así que ahí estaba, en la estación, esperando al tren que le iba a llevar a Santander. No iba a poder ver a su familia hasta que aquello finalizase. Pero prefería no pensar en ello.

Cuando llegó a Santander, tuvo que dirigirse al regimiento donde le indicarían que debía hacer. Así que eso es lo que hizo: se puso en marcha y, tras andar durante por lo menos una hora, se plantó en las oficinas a preguntar por su destino. Lo que sucedió fue que se encontró con gente normal y agradable y lo que pensó que iba a ser una tortura, resultó no ser tan malo. Hizo muchos amigos y disfrutó de su vida en Santander, que era una ciudad con más ambiente que Torrelavega. Aprendió a desenvolverse por la ciudad y tuvo tiempo de hasta dar algún que otro paseo. Además, para él era un lujo poder disfrutar de la playa los días de sol.

Una vez hubo acabado el servicio militar le costó casi lo mismo volver a Torrelavega que lo que le había costado irse de allí. Poder tener a su familia cerca era para él muy importante; sin embargo, dejaba en Santander a muchos y muy buenos amigos de juventud con los que había compartido muchas aventuras.

Una tarde, cuando iba hacia su casa por Cuatro Caminos, vio un letrero en una panadería en el que anunciaban la creación de una banda municipal de música en Torrelavega. No volvió a darle más importancia hasta que una semana más tarde uno de sus amigos de la infancia le dijo que había decidido unirse a la banda. Carlos tenía una gran afición por la música y lo que le contó su amigo le dio mucha envidia. Pero para él no sería sencillo entrar en ella. Su amigo había ido al conservatorio y tenía estudios musicales, pero él nunca había estudiado para tocar. Tenía buen oído y le encantaba practicar con la guitarra, el piano, la gaita… Perdía muchas horas sacando de oído todas las canciones que le gustaban. Pero de ahí a que le fuesen a coger en la banda le parecía un paso imposible. Sin embargo, la idea no le dejaba de rondar la cabeza y durante las siguientes semanas practicó más que de costumbre. Se estaba entusiasmado con la idea de ir a la prueba que hacían para que te admitiesen en la banda pero tampoco quería hacerse ilusiones porque le parecía un sueño imposible. Su madre, que le veía un poco cabizbajo, no hacía más que preguntarle qué le pasaba, así que un día le contó que sabía que iban a fundar una banda en Torrelavega de la que le gustaría formar parte pero que lo veía como un sueño imposible porque él nunca había estudiado música. Su madre, como todas las madres del mundo, no podía ver así de triste a su hijo, así que le animó y le dijo que el “NO” ya lo tenía y que por probar a presentarse no perdía nada. Así que es lo que hizo. Tuvo que pensar en qué música iba a tocar y con qué instrumento iba a pasar la prueba. No tenía que tocar durante mucho tiempo, pero por eso tenía que elegir algo original y que le gustase a los jueces que debían decidir. La verdad es que la elección no fue difícil; decidió tocar “Asturias patria querida” y algunas otras piezas cortas y conocidas que había oído tocar a otras bandas y que a la gente le gustaban mucho. Y así fue como Carlos, aunque nunca había estudiado para tocar, con su buen oído y su experiencia con los instrumentos musicales se las apañó para meterse como trombón primero en la banda de Torrelavega que se fundó en 1912.

            Básicamente, a lo que se dedicaba la banda era a acudir a inauguraciones, bodas, bautizos, festivales, y a despedir a los barcos que zarpaban para pescar o para comprar cereales y fruta. De todos los actos a los que iban, a Carlos el que menos le gustaba era despedir barcos, ya que salían con mucha frecuencia y la música que solían tocar era muy repetitiva. Sin embargo, le encantaba acudir a las fiestas en las que siempre había mucha gente contenta y con ganas de fiesta. Estas eran mucho más entretenidas y la música era más variada y cada año preparaban canciones diferentes.

            Gracias a formar parte de la banda no tuvo que formar parte de la leva de soldados que, como él decía, marchó a luchar contra “el moro” y se salvó del desastre de Annual. Él siempre dijo que había tenido mucha suerte.

            Durante todo este tiempo desde que volvió de la mili, conservó el trabajo en la ebanistería y durante muchos años lo compaginó con sus actuaciones en la banda. Desde que empezó de niño barriendo el local, la ebanistería se convirtió en su segunda casa y en su auténtica escuela. Acabó siendo un profesional y sabía construir todo tipo de muebles, era un “manitas” y a la gente le gustaba mucho la calidad de las piezas que fabricaba. No solo era hacer mesas o sillas, sino también estudiar detenidamente su diseño. Cada mueble que fabricaba era una obra de arte. Sin embargo, no pudo evitar que, como consecuencia de una huelga, despidieran a todos los trabajadores de la ebanistería, lo cual le dio mucha rabia, ya que ese oficio le encantaba. Fue una época dura, porque tanto él como sus compañeros se quedaron sin trabajo y no era fácil encontrar otro en esa época. Estuvo unos cuantos meses pensando qué podía hacer, ya que el sueldo de la banda municipal no le era suficiente. A menudo quedaba con sus antiguos compañeros de trabajo para compartir sus tristes historias y fue uno de esos días cuando decidieron que tenían que arriesgarse y montar entre todos una nueva ebanistería. Se encontraron con algunos problemas económicos, pero el proyecto les hacía mucha ilusión y tenían la certeza de que si trabajaban duro les iba a salir bien. Con esa esperanza, Carlos tuvo que ir donde su madre Benicia a pedirle un pequeño préstamo de quinientas pesetas y ese fue el dinero que invirtió para que su gran sueño saliese adelante.

Hacían unos preciosos muebles de haya, a los que Carlos, junto a sus compañeros, dedicaba mucho esfuerzo, pero siempre con su merecida recompensa. Pese a su creciente fama y la indudable calidad de los muebles, Carlos sentía que cada vez sus dos amigos se cansaban de hacer muebles y se lo dejaban de tomar tan enserio como deberían. Por este y otros motivos, la sociedad se disolvió alrededor de 1925. No podía perder aquel trabajo, ya que era para él lo mejor que tenía y lo que mejor sabía hacer, así que, con el poco dinero que había conseguido ahorrar, decidió alquilar un taller él solo.  Pero al no poderse permitir el alquiler del taller en el que estaba hasta entonces, lo trasladó a la calle Argumosa, que estaba a las afueras de Torrelavega. Para ser sinceros, el local tenía un aspecto bastante deplorable; de hecho meses atrás el periódico de Torrelavega comentó el mal estado de esa calle con un artículo titulado “¿Dónde se hace en este pueblo… aquello?”. Es curioso que a Carlos le encantaba contar esta anécdota a pesar de que la noticia criticaba el estado de la calle en la que trabajó. Mirar hacia atrás y ver de dónde venía y adónde había llegado con su esfuerzo y con su trabajo es lógico que le hiciera sentirse recompensado por todo el esfuerzo.

Aunque el trabajo le encantaba, no le gustaba nada la obligación de tenerse que levantar muy temprano todos los días para trabajar muy duro y sin ninguna compañía. Trabajó de forma constante desde que amanecía todos los días del año salvo el Jeves Santo, Navidad y Año Nuevo. Así que las veces que salía con la banda eran para él una distracción. A pesar de ser su segunda fuente de ingresos, también eran momentos de diversión y de ocio que aprovechaba para divertirse y pasárselo bien.

Todo el esfuerzo se vio poco a poco recompensado: la ebanistería le fue bien y tuvo que contratar a más personal para poder sacar adelante todos los encargos que les llegaban. Se había hecho con cierto renombre en Torrelavega y todo le mundo sabía que sus muebles eran de buena calidad. Además, formaba parte de la banda municipal y se unió también a la coral como tenor destacado.

Un día, su amigo Rodríguez Hevia le comentó la posibilidad de formar ellos dos una pequeña orquesta y qué más quería oír Carlos.  Como buen emprendedor, enseguida se ilusionó con la idea hasta que tomó forma. A pesar de que se le daba fatal lo de poner nombres, el nombre de esta orquesta lo decidieron con facilidad uniendo las dos primeras iniciales del apellido de cada uno. Esta forma de hacer nombres le fascinó, ya que durante toda su vida había creado nombres de los que al poco tiempo se acababa arrepintiendo
           


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Alfonso X el Sabio

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